Introducción
En las últimas décadas, la vacunación se ha convertido en una de las principales herramientas para prevenir y controlar las enfermedades infecciosas en todo el mundo, y es probablemente el caso más exitoso de la medicina moderna. Enfermedades que mataron o dejaron millones de muertos, como la viruela, el sarampión, la tos ferina y la poliomielitis, han sido ahora erradicadas o restringidas a unos pocos casos aislados, normalmente relacionados con fallos en las campañas locales de vacunación.
A pesar de su innegable éxito, la vacunación sigue siendo un tema controvertido, especialmente cuando se trata de la posible conexión entre las vacunas y el autismo, también llamado trastorno del espectro autista. Esta conexión ha sido fuente de preocupación para padres, profesionales sanitarios y la comunidad en general.
Desde la década de 1990, los grupos antivacunación y las personas preocupadas por la salud de sus hijos han difundido afirmaciones de que las vacunas pueden causar autismo. Estas afirmaciones se basan en un estudio publicado en la renombrada revista médica Lancet en 1998, que sugería una posible asociación entre la vacuna triple vírica SPR (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo. Sin embargo, este estudio fue ampliamente desacreditado y posteriormente retirado de la revista médica por considerarse un fraude (hablaremos más sobre este estudio más adelante).
Desde entonces, otros estudios realizados no han encontrado pruebas que apoyen una conexión entre las vacunas y el autismo. Por desgracia, aunque la revista Lancet se ha retractado públicamente de su error, el daño causado por el estudio fraudulento persiste hasta nuestros días.
Por lo tanto, es importante comprender la verdad sobre la relación entre las vacunas y el autismo, así como los verdaderos factores de riesgo del trastorno del espectro autista. Este artículo examina las pruebas científicas que refutan la falsa conexión entre las vacunas y el autismo, y destaca los factores reales que pueden contribuir al desarrollo de esta afección.
¿Cómo surgió la (falsa) asociación entre vacunas y autismo?
La incidencia de casos de trastorno del espectro autista ha aumentado notablemente en la mayoría de los países, sobre todo desde la década de 1990.
Entre los años 1940 y 80, la tasa de autismo era de sólo 1 caso por cada 10.000 personas. En aquella época, la enfermedad aún se comprendía mal y solamente se diagnosticaban los casos más graves y evidentes.
Desde la década de 1990, la comprensión sobre los distintos grados de autismo se ha ampliado enormemente, y personas que nunca fueron consideradas autistas podrían clasificarse ahora dentro de lo que llamamos trastorno del espectro autista.
Cabe señalar aquí que el autismo ya no se considera una enfermedad única, sino un trastorno con un enorme espectro de presentaciones clínicas diferentes.
Es este cambio en los criterios de diagnóstico y la mejor comprensión de la enfermedad lo que ha provocado un aumento considerable del número de pacientes diagnosticados. No hay efectivamente más casos de autismo, lo que hay es una mejor capacidad para diagnosticar el trastorno.
Actualmente, la prevalencia global del trastorno del espectro autista en Europa, Asia y Estados Unidos oscila entre 2 y 25 casos por cada 1.000 habitantes.
Esta «explosión» del número de niños con autismo desde la década de 1990 coincidió con un aumento del número de vacunas recomendadas por la mayoría de los sistemas sanitarios de todo el mundo. Rápidamente, empezaron a surgir teorías que asociaban las vacunas con el autismo.
Sin embargo, como veremos a continuación, correlación no implica necesariamente causalidad.
Estudio en la revista Lancet
Hasta finales de la década de 1990 no existían pruebas científicas ni estudios relevantes que pudieran señalar relación alguna entre las vacunas y el autismo.
Sin embargo, en 1998 la situación cambió. El gastroenterólogo británico Andrew Wakefield, junto con 12 coautores, publicó un estudio en la revista médica Lancet en el que afirmaba haber encontrado pruebas, en 12 pacientes estudiados, de la presencia de inflamación del intestino causada por el virus del sarampión en niños que presentaban síntomas de autismo tras la administración de la vacuna triple vírica, que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola.
Aunque el propio artículo afirmaba que no era posible demostrar una relación causal entre la vacunación y el autismo, el Dr. Wakefield sugirió en un vídeo publicado con el artículo que sí, existía tal relación causal y que estaba relacionada con la vacuna triple vírica, una teoría denominada «enterocolitis autista». A continuación, recomendó que se suspendiera la vacuna triple vírica en favor de la administración de vacunas individuales contra el sarampión, las paperas y la rubéola.
El artículo de The Lancet causó un gran revuelo en los círculos médicos y tuvo una amplia repercusión en los medios de comunicación. Aunque el estudio se refería exclusivamente a la vacuna triple vírica, las campañas antivacunación extrapolaron los resultados a cualquier tipo de vacuna. A partir de este hecho, las tasas de vacunación en todo el mundo empezaron a caer y la popularización de Internet en los años siguientes dio aún más impulso a las campañas antivacunación.
Sin embargo, la comunidad científica no estaba convencida, ya que el estudio era demasiado pequeño (sólo 12 pacientes), no contaba con un grupo de control, los resultados del Dr. Wakefield contradecían estudios publicados anteriormente y en los 10 años siguientes no fueron reproducidos ni confirmados por ningún otro equipo de investigación en el mundo. Por el contrario, al menos 13 estudios relevantes publicados entre 1999 y 2006 demostraron exactamente lo contrario, que no existía ninguna relación entre la vacuna triple vírica y el trastorno del espectro autista.
Retracción
En 2004, una investigación del periódico Sunday Times descubrió que, más o menos en la misma época en que se publicó el artículo, el Dr. Wakefield había presentado una solicitud de patente para una vacuna individual contra el sarampión que competiría directamente con la triple vírica, algo que constituye claramente un conflicto de intereses del que no se informaba en el estudio. El fin de la vacunación con la triple vírica podría ser bastante lucrativo para el autor del estudio.
Además, al comparar las descripciones de los casos en el estudio con los historiales médicos de los pacientes, el trabajo descubrió que el artículo había sido claramente falseado.
De los 12 niños, tres no tenían criterios para el trastorno del espectro autista y cinco ya presentaban signos de desarrollo del trastorno en sus historiales médicos incluso antes de la vacunación triple vírica. También se alteraron los informes de colonoscopia, algunos resultados dados inicialmente como normales, se clasificaron posteriormente como «colitis inespecífica».
Además, los pacientes del estudio fueron reclutados a través de una organización antivacunación, que apoyó y financió el trabajo.
En 2010, de los 12 coautores del estudio, 10 se retractaron públicamente. El Consejo Médico General del Reino Unido juzgó al Dr. Wakefield «no apto para ejercer» y calificó su comportamiento de «irresponsable, poco ético y engañoso».
Ese mismo año, la revista The Lancet se retractó del estudio publicado, tachando sus conclusiones de «totalmente falsas».
Andrew Wakefield ya no está autorizado para ejercer la medicina y actualmente trabaja como activista antivacunación.
Estudios científicos sobre vacunas y autismo
Tras la publicación del estudio en The Lancet, se produjo un aumento relevante del número de estudios publicados sobre el tema. Sin embargo, como ya se ha mencionado, los resultados siempre apuntaron en contra de la relación entre la triple vírica y el autismo.
En 2004, un gran estudio danés publicado en el New England Journal of Medicine, con 537.000 pacientes, aportó pruebas contundentes contra la hipótesis de que la vacunación triple vírica causa autismo.
Este resultado fue confirmado por un estudio aún mayor, publicado en abril de 2019, con 657.000 niños.
Estos estudios, junto con todos los demás publicados en los últimos 20 años, apoyan firmemente la conclusión de que la vacunación triple vírica no aumenta el riesgo de autismo, no desencadena autismo en niños susceptibles y no se asocia con un aumento de casos tras la vacunación.
La hipótesis del timerosal
La triple vírica no es la única vacuna que ha sido objeto de una falsa asociación con el autismo. Una vez aclarada la controversia sobre la triple vírica, los críticos de las vacunas volvieron sus cañones contra el timerosal, un conservante a base de mercurio utilizado en algunas vacunas (pero no en la triple vírica) y antisépticos, como el mertiolato, que fue muy famoso en la década de 1980.
A finales de la década de 1990, legisladores, ecologistas y profesionales de la salud empezaron a mostrar públicamente su preocupación por la exposición ambiental al mercurio, sobre todo por el consumo de pescado.
El metilmercurio, una sustancia presente en algunos tipos de pescado, es tóxico para el sistema nervioso, especialmente en dosis elevadas.
En 1999, la Food and Drug Administration (FDA) solicitó a las empresas farmacéuticas que informaran sobre la cantidad de mercurio presente en sus productos. Los resultados relativos al mercurio de las vacunas, en forma de timerosal, estaban por encima de los considerados apropiados para el pescado.
Sin embargo, el timerosal se metaboliza en el organismo y se convierte en etilmercurio, un compuesto que, aunque no se estudió mucho en su momento, se consideró mucho menos tóxico que el metilmercurio del pescado.
Como medida de precaución, la Academia Americana de Pediatría y otros grupos pidieron a los fabricantes de vacunas que eliminaran el timerosal de sus fórmulas y se encargaron nuevos estudios.
Aunque en los últimos 20 años se han publicado varios estudios importantes que demuestran la ausencia de relación entre las vacunas que contienen timerosal y el autismo, la industria farmacéutica, temerosa de los ataques a su imagen, ha optado por eliminar la sustancia de prácticamente todas las vacunas que se comercializan actualmente. Sólo algunas vacunas contra la gripe siguen conteniendo pequeñas cantidades de timerosal.
Una revisión sistemática de 2014 de tres estudios de cohortes (que incluían a 718.200 niños) y un estudio de casos y controles (que incluía a 1008 niños) no encontró ninguna relación entre la exposición al mercurio o al timerosal relacionada con las vacunas y un mayor riesgo de trastorno del espectro autista.
En Estados Unidos y en otros países, los diagnósticos de casos de autismo siguieron aumentando incluso después de que se suspendiera el uso de la vacuna con timerosal, una observación incompatible con la hipótesis de que el aumento de la exposición al timerosal puede haber sido responsable del aparente aumento de las tasas de trastornos del espectro autista.
Dado el gran número de estudios ya publicados, el Comité Asesor sobre Seguridad de las Vacunas de la Organización Mundial de la Salud concluyó que las pruebas disponibles apoyan firmemente la seguridad del timerosal como conservante de las vacunas inactivadas y que no es necesario realizar más estudios.
Conclusión: las vacunas no causan autismo
No existe absolutamente ninguna base científica para afirmar que ningún tipo de vacuna causa autismo. Al contrario, existen pruebas sólidas de que las vacunas NO causan autismo.
Actualmente, en todo el mundo, todas las asociaciones de pediatría de renombre, los organismos sanitarios gubernamentales y las entidades vinculadas a pacientes con autismo, además de la propia Organización Mundial de la Salud, declaran públicamente que las vacunas son seguras y no causan autismo.
Factores de riesgo reales del trastorno del espectro autista
La patogénesis del trastorno del espectro autista aún no se comprende del todo. El consenso actual es que el autismo es causado por factores genéticos que alteran el desarrollo cerebral, concretamente la conectividad neuronal, afectando así al desarrollo de la comunicación social y dando lugar a intereses restringidos y comportamientos repetitivos. Este consenso se apoya en la teoría epigenética, según la cual un gen anormal se activa «pronto» en el desarrollo fetal y afecta a la expresión de otros genes sin alterar su secuencia primaria de ADN.
Es muy poco probable que un único factor, como la vacunación, por ejemplo, sea suficiente para generar el trastorno del espectro autista. Lo que apuntan los estudios es a una causa multifactorial, que incluye varios factores de riesgo independientes, como la prematuridad, el bajo peso al nacer, la aspiración de meconio, las enfermedades maternas durante el embarazo (hipertensión, diabetes, obesidad), la edad materna superior a 40 años, factores genéticos, infecciones prenatales, preeclampsia, exposición del feto o del recién nacido a toxinas, etc.
Referências
- Vaccine hesitancy around the globe: Analysis of three years of WHO/UNICEF Joint Reporting Form data-2015-2017 – Vaccine.
- Autism spectrum disorder and chronic disease: No evidence for vaccines or thimerosal as a contributing factor – UpToDate.
- Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children (RETRACTED ARTICLE) – Lancet.
- Do Vaccines Cause Autism? – History of the Vaccine – The College of Physicians of Philadelphia.
- A population-based study of measles, mumps, and rubella vaccination and autism. – New England Journal of Medicine.
- Measles, Mumps, Rubella Vaccination and Autism: A Nationwide Cohort Study – Annals of internal medicine.
- Thimerosal and the occurrence of autism: negative ecological evidence from Danish population-based data – American Academy of Pediatrics.
- Association between thimerosal-containing vaccine and autism – JAMA.
- Thimerosal and Vaccines – FDA.
- Immunization Safety Review: Vaccines and Autism – Institute of Medicine (US) Immunization Safety Review Committee.
Autor(es)
Médico licenciado por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), con títulos de especialista en Medicina Interna por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de Nefrología por la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ) y por la Sociedad Brasileña de Nefrología (SBN). Actualmente vive en Lisboa, Portugal, tiene títulos reconocidos por la Universidad de Oporto y por el Colegio de Nefrología de Portugal.
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